Caminante: te dispones a descubrir uno de los tesoros que guarda el fondo del valle del Río Tormes: la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora. Te ofrezco mi ayuda para que contemples esta joya tal y como lo que es: el testimonio de la fe de un pueblo que se ha hecho arte a lo largo de los siglos. No trates de comparar. Disfruta del encanto propio que revela este templo.
Desde la Plaza de las Acacias, dejando atrás la ermita de San Pedro y a tu izquierda el Hospital de San Miguel (hoy Residencia de la 3ª Edad), puedes apreciar el conjunto de granito que forma la Iglesia con su torre adyacente. A tu derecha el ábside, coronado por la espadaña – con campana – del "reloj suelto", rompe su estructura poligonal y presenta una pared lisa y recta que alberga la sacristía y la Sala Capitular, hoy museo de la parroquia.
Adéntrate en el atrio, de tiempos recientes, y mira el gran cubo de la torre. Fue construida en la misma época que las naves de la iglesia, en un claro estilo románico. Sus tres cuerpos aparecen marcados por dos cornisas, la primera de ellas decorada con sencillas bolas. El primer cuerpo es macizo, con una escalera de caracol, sin más huecos. Los dos cuerpos superiores presentan unas escaleras de madera "a la molinera", que permiten acceder a los vanos abiertos a los cuatro puntos cardinales, donde se sitúan las diferentes campanas, antiguo medio de comunicación. La torre fue edificio militar y religioso, puesto de vigilancia y reloj que marcaba los tiempos de oración. En el tejado, casi plano, con cubierta de madera, viven las cigüeñas, entre las ocho pirámides adornadas con bolas y añadidas en el siglo XV.
Ahora puedes fijarte en la fachada sur, donde se encuentra la puerta principal, un arco apuntado rodeado de dos contrafuertes, bajo una cornisa de modillones que nos habla, quizá, de un resto de defensa militar. El arco abre un hueco abocinado con cinco arquivoltas, apoyadas en columnillas con capiteles decorados con motivos vegetales, propios del gótico. En la primera columnilla de la derecha, junto a la puerta, y desgastado por el paso del tiempo, un rostro, probablemente el del anónimo artista, vigila la entrada del templo.
Otras dos puertas tiene la Iglesia, la del norte, sobria y también con arco apuntado, con dos arquivoltas, y la del oeste, a los pies de la Iglesia, rodeada de dos contrafuertes y un arco que le sirve de dosel. Curiosamente, esta puerta es un arco de medio punto apoyado sobre capiteles, lisos los de la izquierda y decorados con animales los de la derecha. Han desaparecido las escaleras y hoy está cubierta con una simple vidriera. Sobre ella el gran ojo que ilumina la nave central, y otros dos menores para las laterales.
Ya dentro de la iglesia puedes apreciar su planta basilical, con las tres naves rematadas, hacia oriente, por los ábsides poligonales, sustentados por los contrafuertes exteriores e iluminados por varios ventanales ojivales. Aunque la mayor parte de la iglesia se construyó en el siglo XII (una inscripción nos habla del año 1144), los primitivos ábsides románicos fueron demolidos en el siglo XIV y reemplazados por los actuales góticos.
Las bóvedas de crucería, también del siglo XIV, que sustituyeron a las primitivas de madera, se apoyan sobre tres grandes pilares, cruciformes, de base hexagonal y con columnas de apoyo de capitel liso, que invitan a mirar a lo alto, hacia Dios. En Él parece estar fija la esperanza de los que están enterrados bajo tus pies, sepultados por losas cuadradas, separadas por perfectos travesaños. Un número sirve de referencia para la gente del pueblo, que buscaba el enterramiento en el lugar más sagrado. A los pies del altar, según el privilegio de la época, los nobles, con nombre, apellidos y escudos -de la familia Solís principalmente -. Pero todos unidos por la igualdad de la muerte y la esperanza en una misma resurrección.
El final del siglo XV vio aparecer el coro alto, a los pies de la iglesia, muy del gusto de la época, con una arco muy rebajado adornado con bolas, de la misma factura que los adornos de la torre. Si te sitúas debajo de él puedes apreciar, en la madera, la decoración vegetal de hojarasca, de estilo mudéjar.
Cada siglo ha tratado de engrandecer y embellecer la iglesia, haciendo de ella una amalgama de estilos. Las ampliaciones y las sucesivas decoraciones han aportado variedad al conjunto, indicando la coexistencia de diferentes formas de manifestar la fe a través del arte.
Pero inicia ya tu recorrido por el templo acercándote al altar mayor. Sorprende la gran verja central, realizada toda ella en obra de forja – incluido el gran Cristo que la corona -, que marca el ámbito más sagrado de la iglesia. Está distribuida en dos cuerpos y tres calles, con barrotes retorcidos que incluyen dibujos góticos de rombos y cuatrifolios, y rematada por una crestería de chapa repujada. Innumerables adornos la pueblan, destacando, sobre la puerta, una cabeza de Jesús. Fue fabricada en el primer tercio del siglo XVI, por algún rejero discípulo del toledano Juan Francés. Las rejas de las naves laterales también son de la misma época, realizadas en estilo gótico, pero rematadas con decoración renacentista. Ambas tienen inscripciones que nos hablan de sus autores: la de la derecha, realizada en Toledo, obra de Juan de Osorno; forjada por Lorencio, en Avila, la del lado izquierdo. Gótica es la reja de la Capilla del Inquisidor, rematada por arcos conopiales, colocada en el siglo XVI, al igual que el púlpito, simiesférico, apoyado en balaústre, con decoración de guirnaldas, que está anclado en el pilar central izquierdo. El tornavoz que aparece sobre él, de madera, obra del siglo XVIII, debió sustituir al anterior, probablemente metálico. Medallones, hojarasca, guirnaldas y ángeles músicos sirven de base a la alegoría de la Fe, que, con los ojos tapados, preside el conjunto.
Sitúate frente al grandioso retablo barroco de fines del siglo XVII, que se adapta a la forma poligonal del ábside. En él encontrarás, esculpida, dorada y policromada, toda una catequesis sobre la figura de María, enmarcada por columnas salomónicas, cargadas de hojas, frutas y racimos. El estilo rígido y las posturas forzadas nos recuerdan las obras de la escuela de Gregorio Fernández.
La luz sobre la vida de la Madre del Salvador la hacen los cuatro evangelistas, que, con su libro y su correspondiente símbolo, se sitúan a los lados de las ventanas. En el ático del retablo, a la izquierda, la Visitación de María a su prima Isabel; a la derecha la Anunciación. En el banco, dos bajorrelieves que nos muestran a María presentando el Niño a los pastores (derecha) y a los Reyes (izquierda). Entre medias, el sagrario, con la escena de la Transfiguración y el ostensorio, en forma de templete, que contiene unas puertas correderas, añadidas en el siglo XVIII. El centro del retablo lo ocupa el altorrelieve que muestra la Asunción de María a manos de dos ángeles y varios querubines, mientras los apóstoles miran el sepulcro vacío. Remata la parte central del retablo la Coronación de la Virgen por la Santísima Trinidad.
Tras este baño de grandiosidad acércate a la capilla de tu derecha. En el centro de un retablo contrarreformista – de 1677 – con varias pinturas, se encuentra una auténtica joya: La Virgen de la Silla. Esculpida en el siglo XVI (1520 – 1525) y atribuida a Felipe Vigarny, esta talla destaca por su naturalidad. La Virgen viste corpiño, manto y velo de la época; sostiene a un Jesús que, travieso, juega con el pelo de San Juan niño, mientras éste le ofrece un frutero, observados por la mirada del cordero.
En el ábside izquierdo, en una hornacina, abierta en la pared, podemos ver unas pinturas muy deterioradas,renacentistas, que representan un calvario, y en la cartela exterior una inscripción con medallones que presentan los símbolos de la pasión. La talla del Crucificado, prácticamente muerto, es del siglo XVI. Presenta un rostro dramático, disimulado por la peluca postiza añadida posteriormente. La peana de sujeción ofrece la clásica imagen de calavera y tibias.
Pasa ahora a las sacristías, cuya construcción data del siglo XVI, obra de Juan Gutiérrez, lo que indica un cierto momento de prosperidad económica en esta villa, quizá fruto de los dineros de las Américas. Las bóvedas, de sobrios terceletes elegantes, cubren la antesacristía y la sacristía, comunicadas por un pequeño pasillo, donde se aprecia el desgaste de los pasos continuos de clérigos. Una bóveda abocinada, al fondo de la sacristía, enmarcada por un arco carpanel, daba paso al altar mayor, paso hoy cegado, marcado por un arco en el lateral de dicho altar. En la sacristía destaca la gran mesa de nogal y pizarra a juego con la cajonería de la parte derecha, ajustada a un vano que parece abierto al efecto, un banco – todos del siglo XVII – y un facistol decorado con querubines y bucráneos, rematado por un templete (siglo XVI).
En la antesacristía se abrió una puerta nueva, para acceder a la Sala Capitular, en 1782. La escalera presenta un derroche tanto de belleza y proporcionalidad, como de rareza, pues esta escalera de caracol helicoidal, al no presentar eje central, recibe el nombre de cuerno de carnero, figura que se puede apreciar desde arriba, aprovechando también para disfrutar contemplando la sencilla y perfecta cúpula que remata este acceso. La Sala Capitular y la contigua albergan el museo parroquial.
El 25 de mayo de 1527, en pleno siglo XVI, se terminó la Capilla del Inquisidor, fundada en el año 1506, que se abre a la nave izquierda por un amplio arco de medio punto. La bóveda de terceletes ofrece un precioso dosel al sepulcro del inquisidor, enterrado en el suelo, que quiso dejar claro testimonio de su aportación en una inscripción situada a mitad de pared, que dice así: ESTA CAPILLA MANDO FACER EL ONRADO HERNAN RODRIGUEZ DEL VARCO INQUISIDOR E CANONIGO EN LA SANTA IGLESIA DE TOELDO. F.S.V.A. A su derecha, ya en pleno siglo XIX, otra Familia de El Barco quiso compartir el enterramiento del Inquisidor, rompiendo la estructura simétrica de los huecos, que debieron albergar cuadros. Pero ya que estás aquí, mira la imagen central, que te habrá impresionado, tanto por su belleza como por expresividad: es el llamado Cristo Negro, un Cristo en cruz leñosa, muerto, más que agónico, con los brazos vencidos, con las heridas de la pasión cubiertas por grandes coágulos de sangre, con una marcada anatomía, con señales de policromía y con un paño de pureza que aún conserva pequeños restos de dorado. Esta talla gótica (entre 1330 y 1375) expresa, como pocas, la dureza de la muerte del Hijo de Dios. En el retablo del siglo XVII que enmarca esta talla, pintados, con Jerusalén al fondo, podemos ver a María y a San Juan, muy difuminados.
El impresionante órgano barroco, junto al coro, se sustenta en un robusto arco carpanel, añadido en la misma época que la Sala Capitular. El órgano lo construyó José de la Rea entre los años 1771 y 1773, con dos teclados, veinticuatro registros y tres fuelles, y la caja la realizó José de Incera y Juan Antonio Herrera. Tiene siete calles de tubos y trompetería – que cuando suenan llenan por completo el templo – adornadas con guirnaldas y medallones de rocalla. Está dorado y los fondos presentan tonos azules y rojos.
Muchas otras piezas interesantes alberga esta iglesia, recogidas en el museo o diseminadas por distintos rincones del templo. Déjame que te mencione algunas.
Una tabla muy deteriorada que representa a Jesús entre los doctores, es el único resto del primitivo retablo mayor, atribuido al Maestro de Avila (siglo XV). Un tríptico del siglo XV, actualmente junto a la escalera del coro, tiene como escena central el Bautismo de Cristo, obra quizá de Juan Rodríguez de Béjar, que conserva varios doseles góticos.
El comienzo del Renacimiento en pintura lo insinúa una gran tabla, procedente de la Capilla del Inquisidor que representa la Asunción de María, si bien aún conserva elementos del gótico hispano-flamenco. De la misma época es otra tabla muy colorista y natural, con una Virgen sentada con el Niño en su regazo que juega con un pájaro. La penitencia es el tema de dos lienzos: de finales del XVI es el lienzo de la Magdalena penitente, que muestra gran influencia de Miguel Angel, y de la segunda mitad el de San Jerónimo.
Una pequeña Piedad de terracota, realizada en el siglo XVI nos sirve para introducir las esculturas existentes en la parroquia. Un pequeño relieve de alabastro, muy de gusto italiano, del mismo siglo, muestra una Virgen con Niño, rodeada de medallones con apóstoles. El siglo XVI nos ha dejado abundantes figuras de la pasión, entre las que hay que destacar el Cristo amarrado a la columna y el Resucitado. Del siglo XVII es el Cristo de marfil de estilo hispano-filipino. En los siglos XVII y XVIII se terminó de completar la colección de pasos de Semana Santa, de diferentes autores, entre los que cabe destacar la figura del Nazareno.
La custodia procesional de plata dorada, lleva el sello o contraste del orfebre Cueto, probablemente discípulo de Arfe. Fue realizada a comienzos del siglo XVI, con una estructura claramente gótica, pero con unos motivos decorativos típicamente renacentistas. Del mismo período son varios cálices de plata, entre os que destaca uno cuya base está cubierta por una fina filigrana, en forma de redecilla. El gusto por la decoración barroca lo ofrecen tanto un incensario y una naveta con su cucharilla, del XVII, como el magnífico copón de plata dorada, con tapa, decorado con medallones de esmalte y hojas de acanto superpuestas.
En 1696 se realizó el arca de plata, usada como sagrario en el Monumento que se coloca el Jueves Santo. En la cara frontal se puede apreciar un relieve del Descendimiento, y varias piedras preciosas. El siglo XVIII ha dejado varias joyas con las que adornar a la Virgen y al Niño, entre las que destacan las coronas, los rostrillos y varios cetros, todos fabricados en plata, con algunas piedras engarzadas, y una soberbia cruz procesional. Sin duda ha llamado tu atención el gran relicario de plata y cristales /siglo XVII) que contiene el hueso húmero de San Pedro del Barco. Es la única reliquia del santo que se conserva en esta Villa.
Existen en el museo dos atriles, con forma de águila, realizados en hierro forjado y dorado, del siglo XV, que sirvieron de apoyo a los muchos libros yevangeliarios que hubo, de los que alguno aún se conserva. Para la celebración litúrgica se bordaron numerosas casullas, en su mayor parte del siglo XVI, que se pueden admirar en la Sala Capitular.
Más cosas podría relatarte de este templo, pero ahora guardo silencio para que tú contemples la belleza que te rodea, sin olvidar que el arte es, esencialmente, conjunción de lo divino y lo humano. |